Guerrero azul XIX

Cierto día me encontraba
triste, sola y oprimida.
Quise hacer algo por mí
devolviéndome a la vida.
Cerré los ojos y vi
que donde el sol se ponía
una luz brillante y suave
en su entorno aparecía.
Seguí con ojos cerrados
viendo un paraíso bello,
dónde yo estaba sentada
entre flores y entre abetos.
Un riachuelo cruzaba
con un agua cristalina
y en esos momentos supe
que, si quería,
podía tirar al río despojos
que hacían daño a mis ojos
y a mi corazón partían.
Todo lo que allí tiré
lo remplacé por amor.
A la orilla del río,
contemplando la corriente,
quise que el caudal llevase
el mal que había en mi mente.
Cerré los ojos, inerte.
Rogué a las piedras del río,
a los juncos, a los peces,
que todos mis locos pensamientos
desapareciesen en el torrente.