Mosaico de flores III

Se prepararon para el trabajo en un santiamén, pues mientras el tío Mariano quitaba la albarda a la burra y la estacaba en la linde, la tía Paca ponía al lado de una hacina vecina el almuerzo, la cantarilla y el barril. Fausto no tenía ninguna gana de empezar a trabajar y se metía debajo de la manta destinada al coloque del almuerzo, alegando el frío del amanecer.

El tío Mariano saco la piedra de la alforja, afiló las hoces y muy decididos empezaron la ducha. El, el primero, después la Paca y por último Fausto, haciéndose bastante el remolón y con alivio cuando veía a su padre y madre quitándole de vez en cuando algún pellizco de su surco. Las hoces cortaban bien, agachados hasta casi tocar el suelo, los riñones se movían sin parar. Primero mordisco a un surco, seguidamente al otro, llevaban siempre dos a la vez.

A lo lejos divisaron una cuadrilla de segadores, ¡esos sí que se comían tierras como agua! Eran 7, todos hombres, altos y fornidos.