Zorro Negro II

Es domingo y son las 11 de la mañana, yo me encuentro (como casi siempre) en la cocina. Ocurre, que los días de fiesta si alguien me falta, me pongo nerviosa y bastante llorona, atrapada por el miedo y la incertidumbre. La verdad es que esta mañana estoy obsesionada con la puerta y más con el teléfono. En mi casa dicen que mi marido es completamente distinto. Cuando se acuesta y alguno de los chicos esta fuera, a los cinco minutos está dormido como un cesto. ¡Bendito sea Dios! Que él es así, porque de lo contrario armaríamos la zapatiesta. ¡Que tonta soy! Me digo ¿Por qué tiene que pasar nada precisamente ahora que tengo paz y tranquilidad? Cuando estoy con estos pensamientos suena el “tranquila chica que no pasa nada”.

Mi marido entra por la puerta y no precisamente con buen humor. La cama de José está vacía ¿Dónde está? Está sonando el teléfono, me precipito como una loca a coger el auricular, es la voz de un hombre, pregunta que si es la casa de José Suarez.

Disfrutábamos los cuatro juntos. A veces pienso si no abre sido yo el que haya tenido la culpa del cambio de mi amigo.

Ya he perdido la esperanza de que mi amigo reacciones como siempre, como antes, y me resigno a que el poco o mucho tiempo que nos quede de vida nos limitemos a encontrarnos por la calle y saludarnos con un simple adiós.

De Eladio